jueves, 13 de agosto de 2009

Aquel lugar de las historias en casa

Por María Laura Andrés

Trazamos un recorrido azaroso por los emblemáticos teatros del aire que surcaron el éter de los años ‘30, ‘40 y ’50 en Argentina escuchando las historias de anónimos y silencios protagonistas: los oyentes.






Cuando en Argentina el siglo XX caminaba sus primeras décadas, un surco novedoso llamado radiodifusión se abrió en el aire. No tardó en expandirse. Entre los años ‘30 hasta avanzados los ’50, por allí circularon audiciones de radioteatro que resultaron pilares del proceso de popularización del nuevo medio y, a su vez, se constituyeron en el antecedente histórico por antonomasia de ficción radiofónica.

Colándose en cada casa a través del aparato de radio, esos relatos sonoros irrumpían la rutina doméstica y familiar montando auténticos teatros del aire donde diariamente asistía un protagonista silencioso y muchas veces olvidado de la historia: el oyente.

¿Qué dicen los oyentes que la radio les contó? ¿Cómo recuerdan las historias escuchadas? ¿Cómo imaginaron esos escenarios? ¿Y a sus protagonistas? Para acercarnos a aquellas inasibles trasmisiones optamos por oír los relatos de quienes han oído, anónimos radioescuchas de viejos radioteatros, hombres y mujeres que hoy superan los 70 años de edad. (1) Son sus historias sobre las historias del dial las voces hiladas aquí, en este texto siempre inconcluso, hecho de fragmentos tan públicos como íntimos, sobre aquellas ficciones sintonizadas hace más de 50 años.

Una radio reina en cada hogar

Antes como ahora se trata de mirar donde no hay imagen exhibida sino palabras. Los oyentes entrevistados son testigos de la irrupción de una novedad sonora propia de su época: la radiodifusión. A su modo guardan huellas de aquel asombro entre los pliegues de la piel. Sus relatos dejan hoy entrever escenas azarosas de esta historia que empezó cuando un misterioso aparato entró en sus casas y en sus vidas para ya no salir, convirtiendo a cada uno de ellos en un radioescucha.

“Me acuerdo como si fuera ayer, llegó en un auto don Francisco Ferrero, un vecino que estaba distribuyendo radios en el campo. (…)Te estoy hablando de la década del 30 (…)

_‘Mire Don Ramón le traigo esto’, dijo Ferrero a mi papá que era muy español.

_‘Pero qué es eso hombre, qué me trae’, le dijo mi papá.

_ ‘Le traigo una radio don Ramón’

_ ‘Pero no, eso es difícil de manejar’

_ ‘Pero sí, mire…’

Y bueno, la dejó.

Era a batería.” (2)

“Yo estaba fascinada cuando llegó la radio, me parecía mentira que uno movía un botón y escuchaba”

“Era una radio alta, con dos botones, una hermosura. Y estaba

en el cuarto principal de la casa. ¡Nada de llevarla a la cocina!”

“No teníamos radio en casa, no porque éramos pobres.(…) Pero tener radio en casa era como tener una heladera, en aquel tiempo, tener una heladera era el ‘sumun del sumun’.

Te hablo del año 38, y sabés cuando tiempo pasó…

¡nosotros tuvimos una heladera recién en el ’52!

Bueno, así pasó con la radio.”

“‘¡Vaya a casa esta noche que tenemos radio!’, se decía.

Y era que estaban invitando a los vecinos porque ahí ya tenían radio”

“Parecía una mesita de luz”, “de 30 por 50 (centímetros)”, “un mueble” que tenía reservado un lugar protagónico en cada casa. La recepción radiofónica sugería, tal vez, un ritual similar al de arrimarnos al fuego: reunirnos alrededor de un centro que emanando luz y calor irremediablemente nos convoca. Por entonces la radio, nueva reina del hogar, ocuparía ese centro, atrayendo a todos con su canto misterioso, invitando a compartir la palabra y la escucha.

La década de 1930 marcó el comienzo de una época de oro de la radiofonía local, que brilló en los años ’40, cuando la radio indiscutiblemente oficiaba como “ordenadora del hogar” (3) y se proyectó durante la década siguiente.

Auténticos teatros del aire

“Cada día el radioteatro entraba en las casas de familia, era muy popular”, dicen quienes recorrieron aquel dial buscando la audición deseada. Aquellos relatos estrella de la época fueron capaces de generar una memoria sonora colectiva tan potente que parece mantenerse intacta, reposando en la intimidad de cada oyente.

“Había algo muy especial que escuchábamos,

a las 10 teníamos la novela de radio Belgrano.

‘La virgen de piedra’, venía mi mamá, me acuerdo que nos reuníamos para escucharla, duraba 45 minutos”.

“Las señoras ya sean pobres o adineradas escuchaban la novela en sus casas”.

“A la noche la mayoría escuchaba novelas, todos tomando mate y escuchando ahí, prendidos a la radio

y si había tormenta, un ruido a descarga de la gran siete.

Se sentía, pero despacito”.

“Escuchaba con mi mamá, mi hermana y si había

alguna visita también”.

El papel protagónico que la ficción radiofónica ocupó en el éter de entonces dejó entre sus huellas un reconocimiento masivo hacia actores y actrices de la época, al punto de generar celebridades y ciclos radiales aún hoy recordados.

“Federico Fábregas y El león de Francia”, “A ciegas por la vida”, “Alfredo Alcón y Oscar Casco”, “Nené Cascallar”, “los galanes de Carmen Valdés” y “Gran pensión el campeonato”, “Hilda Bernard y…….”. “Se me vuelan los nombres…” (dijo una entrevistada antes de recordar que) “sabía estar… Blesio, Norberto Blesio”, “Clarita y Severito” y “Los Pérez García”.

En la rutina doméstica ingresaba un aire que ponía en escena otros mundos posibles, generalmente, construidos en vivo y en directo, sin posibilidad de ser repetidos y en ocasiones sujetos a las inclemencias climáticas.

“Sabés lo que era para mi perderme un final de novela,

me quería morir... Pero estábamos supeditados al tiempo

porque si había tormenta, era una descarga que no se escuchaba nada, nada, nada.

Me perdí finales de novela, me perdí cantantes en Buenos Aires, nos perdíamos montones de cosas

Durante años, de lunes a viernes a las 20 horas, desde el parlante de la radio una campana inconfundible de teléfono llamó insistentemente. “¿Hola? Sí amigos ésta es al casa de Los Pérez García…”, decía la voz detrás del tubo.
El oyente, viajero cómplice, se transportaba a bordo del saludo telefónico hacia aquella casa de familia sin salir de su propio domicilio.

“Los Pérez García estaban todos los días de 8 a 8:15 (de la noche), sonaba el teléfono y ellos atendían.

Todas las semanas había un problema por eso se decía: Vos tenés más problemas que los Pérez García.

Las historias sintonizadas despertaban intrigas, momentos de tensión dramática y suspenso que sembraban interrogantes irresistibles, provocando llantos y risas entre quienes se daban cita en el ritual de sentarse a escuchar la radio.

“Muchas historias eran de guerra…tristes, era una de llorar… Mientras planchaba escuchaba la radio…sabés la ropa que quemé!”

“Escuchábamos y después hacíamos los comentarios, si vendrá o si no vendrá, imaginábamos”

Las voces rescatadas de viejos radioescuchas ponen en el aire partes del relato de sus vidas. Con ellas hilamos estas “historias del dial”, una trama hecha de nudos donde se funden ecos y fragmentos de las ficciones escuchadas entre las escenas de lo vivido.

“Cuando la novela está por terminar, en aquella época, las compañías salían de gira a los pueblos y a las ciudades más grandes.

Me acuerdo como si fuera ayer, viene un lunes la maestra y me dice:

_No sabés quién viene a Rosario: La compañía de la novela La virgen de piedra

Yo habré tenido 8 o 9 años()

Salimos a la tardecita, cuando llegamos me acuerdo que era de noche,() y nos fuimos al teatro

Mirá, para mí fue una cosa tremenda…”

“‘La sangre de los jazmines, de Arsemio Mármol. Yo creo que era del año 39 o 40, la transmitían de noche a las 9:30 o 10 por radio Belgrano.

Muy bonita, la ví en el cine que era nuevito todavía, el cine Echesortu

Íntimamente ligados al folletín por entregas y al circo criollo, los exitosos teatros del aire de antaño, hacen pie en toda la tradición cultural de lo oral. (5) Mixtura de comicidad circense y drama popular, con elencos de compañías radioteatrales rodando en gira por cines, clubes de barrio y escenarios improvisados en los más variados destinos. Estas presentaciones ofrecían a los radioescuchas la posibilidad de ver efectivamente lo que hasta entonces sólo habían podido oir e imaginar. Las apariencias, ahora frente a sus ojos, se confrontaban con aquellas que habían creado en el territorio íntimo de la fantasía. Y esa oportunidad de “ver lo que sólo se escuchaba”, los condujo indefectiblemente a develar misterios, confirmando o derrumbando las certezas e ilusiones acuñadas.

“En ‘El león de Francia vos lo escuchabas a Federico Fábrega, tenía una voz linda

Pero lo veías y ¡era petiso!

Contar historias por la radio

“Todos los caminos para conducir a la mente del oyente (y para seducirlo, podemos agregar) pasan por sus oídos” (6). La calidez, la furia, la felicidad, el desgarro, el asombro o un desencanto, en el plano de lo oral, suenan. En los memoriosos relatos de viejos oyentes, aún resuenan voces de galanes deseados así como de personajes entrañables o despreciados. Porque en el interior del oído de quién percibe, la voz ajena no es una representación del cuerpo de otro, sino que es su cuerpo, es el otro. (7)

“No conocíamos sus caras, quiénes eran

los que hacían los principales papeles

“Pero tenían unas voces…

¿Vos sabés cómo volaba nuestra imaginación cuando se casaban o cuando se iban de viaje de bodas?

“Tenían unos voces maravillosas, las mujeres, los hombres, todos. Ahora la decepción era cuando comprábamos la revista Radiolandia y mirábamos quién era fulano o mengano.

¡Mirá que feo!, decíamos.

El mundo irremediablemente ciego que se abre tras el dial brinda a quien escucha la posibilidad de dejar vagar sus pensamientos tan lejos como lo deseé. El sonido no se halla unido al lugar determinado de una imagen, sino que “sigue al oyente” dónde éste vaya. En consecuencia, la historia oída se ve como cada cual la imaginó.

“Decían: ‘Y a todo galope viene el caballo’…

tacatác- tacatác- tacatác’, el caballo y la pampa

Y no sé cómo lo harían, pero venía”.

“¿Vos sabés los escenarios que yo me imaginaba?

Cuando te decía es en Alemania o están en un túnel o en la terraza y el avión pasa volando’… bueno entonces vos te imaginabas todo, todo eso…”

En aquellas ficciones radiofónicas los efectos sonoros puestos en juego “mostraban” acciones de los personajes y construían efímeras escenografías en el más puro sentido teatral. Su realización delineó en el medio de la época un nuevo oficio: el sonidista de radio. Una práctica radiofónica tan artesanal como específica, un saber-hacer sobre la premisa de que lo verosímil es más importante que lo real a la hora de crear relatos. (8)
“La radio era el lugar donde llegaba tal hora y la gente se quedaba esperando la novela(…) ”, comentó un oyente. Cuando palabras, músicas, sonidos y silencios enhebrados en un relato radiofónico provocan los sentidos de quienes oyen, despertando sus emociones y razonamientos, desde el dial se abre ese espacio intangible donde es posible “hacer imaginación con la voz, escenografía con la música, sonoridad con los efectos e insinuaciones con el vibrante silencio”. (9) Y repasando los recuerdos narrados por los viejos radioescuchas, intuimos que algo de todo esto habrá circulado en aquel aire radiofónico que alojó los emblemáticos radioteatros del pasado.

Al igual que toda creación, las audiciones de radioteatro emitidas en Argentina entre 1930 hasta avanzados los años ’50, resultan un testimonio de la época y de la tradición cultural que las ha parido. Sin desconocer los contextos históricos particulares y alejados de cualquier mirada nostálgica, rescatar por estos días las voces de aquellos oyentes sobre las ficciones que escucharon, se vuelve más bien una estrategia: recorrer sintonías emblemáticas para imaginar otros modos creativos de hacer radio hoy, y para que la radio de nuestro tiempo, a su modo, también sea recordada alguna vez como “un lugar” habitado de historias.


(1) Para acceder a las voces de oyentes de radioteatro del período trabajado, recurrimos al material producido en la comisión a cargo de la Prof. Andrea Calamari, en la cátedra de Producción Radiofónica de la citada casa de estudios. Se trata de entrevistas realizadas por los alumnos a un adulto-mayor con la intención de rescatar memorias de la radio en sus vidas. Los criterios principales que guiaron la selección de testimonios son, por un lado, el etáreo, todos los entrevistados debían superar los 70 años de edad y, por el otro, la pluralidad de voces, a fin de construir un coro tan diverso como fuese posible. Mantener anónimos los testimonios es parte del mismo modo de mirar: a través de las palabras recabadas intentamos delinear una voz que sabemos inasible, contradictoria, tan plural e inabarcable como íntima y singular, tan pública como privada: las voces de los oyentes de radio.

(2) Los comentarios de los oyentes se incluyen en adelante en letra cursiva.

(3) Entrevista a Hugo Paredero en Ulanovsky, C. “Días de Radio”, Tomo 1, Emecé, Bs. As. 2004, pág. 141. Véase también: Fernández J.L., “La construcción de lo radiofónico” (comp.) La Crujía, Bs. As. 2008.

(4) Audio del CD 2 incluido en Ulanovsky, C, op cit.

(5) Véase Barbero, J.M. “De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía”. Ed. Gilli S.A., Barcelona, 1987, pág. 184.

(6) Arnheim, R. “Estética radiofónica”, Gustavo Gili, Barcelona, 1980, pág. 24.

(7) Haye, R. “Otro siglo de radio, noticias de un medio cautivante”, La Crujía, Bs. As. 2003, pág. 174.

(8) En una entrevista publicada en el libro “Días de Radio” el sonidista Ernesto Catalá, último integrante de una dinastía familiar de expertos de los efectos de sonido muy reconocidos en la época de esplendor del radioteatro argentino que aquí trabajamos, opina que siempre es mejor la representación de un sonido que el sonido exacto: “uno puede figurar el ruido de una taza que se apoya con otros elementos y ese ruido es, artísticamente, superior al de la verdadera taza apoyándose”. Los efectos sonoros generalmente se hacían de manera artesanal, en vivo en cada audición, con aparatos caseros construidos por algún alfarero del aire como quien citamos. Catalá en Ulanovsky, C, op.cit. pág. 220.

(9) Véase Haye, R. “El arte radiofónico, algunas pistas sobre la constitución de su expresividad, La Crujía, Bs. As, 2004.

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