miércoles, 24 de noviembre de 2010

Pensamientos.

Fragmento del poema de Juan Gelman escrito ante la caída del Che en Bolivia.

Autor: Juan Gelman (Texto) América Profunda (Producción).








(Para descargar: http://www.narrativaradial.com/audios/el_mundo_de_los_espejos.mp3)

Pasajeros de un amor.

Cuando el amor se convierte en desconcierto, la realidad se hace fantasía.

Autor: Beatriz Capece, Agustina Pucheta, Carla Mc Intyre, Susana Abelson.







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El Mundo de los espejos

Adaptación de un cuento chino.

Autor: Florencia Montaldo.








(Para descargar: http://www.narrativaradial.com/audios/el_mundo_de_los_espejos.mp3)

"Lo obvio se hace tan presente que terminas escuchando un solo programa en todo el dial"

Entrevista a Martín Jáuregui.

Con “El madrugador”, se enfrenta todos los días al desafío de hacer radio desde la calle para oyentes que también son protagonistas del ciclo. En una charla sin desperdicio, este radialista habla de sus desayunos con la audiencia, la falta de creatividad en las emisoras y la importancia de los productores con ideas. Todo eso, y más, en boca de un hombre que pone la voz cuando la ciudad duerme.

Por Mariano E. Pagnucco.

La noche va mutando de intensidad hasta que se prueba las ropas del nuevo día. En ese devenir silencioso, mientras la ciudad se toma un respiro, la noche es el refugio de los solitarios. ¿Pero acaso es el silencio la cortina musical de la madrugada o será que los ecos de las calles despobladas son imperceptibles para los desprevenidos? Frente a eso, hay una certeza: en las horas que anteceden al sol, la radio aparece como la dama de compañía más fiel. ¿Cuáles son, entonces, los sonidos de la madrugada? “Es un pájaro que le contesta a un bondi que pasa lejos, con un perro que no entiende nada, que está encerrado. Un tipo que le murmulla algo a la almohada mientras apaga la radio porque ya se viene el día y se tiene que ir a trabajar. Una cortina donde aparece la temperatura y la hora. La puerta de un taxi que se cierra, fuerte, y resuena en el medio de una calle. El silencio más absoluto en el medio del bosque de Palermo. Un cura que se levanta, un hospital con ruido a guardia.” Tal definición sólo le cabe a un oyente avezado ó a un madrugador empedernido. Martín Jáuregui es ambas cosas a la vez. Tiene 46 años, es documentalista, viajero, cartógrafo aficionado, narrador, padre de familia, conductor y amante –o viceversa– de la radio. Hace dos años conduce El madrugador, por Radio del Plata, de lunes a viernes, entre las 4 y las 6 de la mañana.

“Yo soy un mero puente, trato de aparecer siempre como el mediador, el que coordina los hilos de esa situación de la radio a la madrugada. Es un programa de radio hecho por un conductor, producción, un chofer y un montón de gente que está del otro lado”.

Me parece que en estas definiciones está plasmada la simpleza y, a la vez, la complejidad de la radio.
Claro. Simpleza porque la radio va, vos la prendés y va. Todo lo que pase en el medio, entre el oyente y vos, es un fenómeno físico donde el parlante se agita y te escuchan a través del micrófono. Hoy a la mañana le mostré, por radio, las fotos de una cabalgata que hice a un amigo al que habitualmente voy a visitar. ¿Cómo hago eso? Un maestro, Juan Alberto Badía, me enseñó que vos tenés que contar todo, entonces decís “esta foto en la que estoy a caballo, un poco mal aspectado porque tenía sueño, con un caballo bayo y mi campera roja que resalta en la foto… bla, bla, bla”. Ahí es donde aparece la complejidad del lenguaje radial. No porque sea difícil sino porque es complejo, algo que necesita estructurarse, articularse, tener un lenguaje y un código con quien te escucha. Si yo digo, por ejemplo, “estaba muy mal la tempa”, los que escuchan El madrugador saben que la tempa es la temperatura. Ahí radica la complejidad del lenguaje, que se edifica a partir de que uno se comunica con un oyente. Pero por otro lado, es de una sencillez pasmosa: un tipo hablando por un micrófono y el otro escuchando. Eso es mágico.

También ocurre que el oyente de la madregada se conecta de una manera especial con la radio.
Porque no tiene otra cosa que hacer que escuchar radio. Muchas veces la radio es la compañía de otra actividad: está el vigilador, el enfermero, el que cuida a un enfermo, los que estudian, los colectiveros, los taxistas, los camioneros, los basureros… Esa fauna particular, amorosa, es la que hace el programa conmigo.

Y vos los involucrás, no son simples oyentes.
¡Yo me meto en las casas de los oyentes! Es un fenómeno que nunca ocurrió en la radio. Si bien Julio Lagos hacía Despierto y por la calle, nunca se metió en la casa de la gente a entregar un premio. Lo digo con todo el respeto y el cariño que tengo por Julio, que es el pionero, el que comenzó con esta idea y la hizo muy bien con su estilo. De personas como él se aprende todo el tiempo. Pero meterse en la casa de la gente y hablar de bueyes perdidos, creo que soy el único.

El vínculo que generás con los oyentes es muy cercano, hay una mística compartida.
Yo creo que es la confianza que me tienen los oyentes porque se la transmito a través del micrófono. Si yo escuchara a Jáuregui del otro lado, no sé si le abriría la puerta. Por eso lo agradezco, es un acto de amor muy grande de la gente, no tienen porqué abrirme la puerta de sus casas. Muchos me atienden en el porche; en estos dos años he conocido todos los porches, halls y patios de la Capital Federal. Y también muchas casas, y he desayunado con la gente. Si hay un acto íntimo en la familia, es el desayuno, porque ahí se planifica el día que comienza, y resulta que está Jáuregui, que es un señor que habla por radio. Es importante para mí hacer un programa que tiene ese porte, esa cosa.

¿Hay historias de las que conocés a diario que te trascienden y con las que te terminás involucrando?
Y… sí, la gente que está en la calle. Hay mucha gente en situación de calle que uno ve todos los días. O esas historias notables de personajes que están vivos detrás de un sueño en la madrugada, y por ahí están trabajando o creando. Son tipos, tipas, varones y mujeres, argentinos y argentinas que están ahí con una ilusión y están trabajando por esa ilusión. En esa ilusión, sueñan, y están de madrugada despiertos con un insomnio de ese momento. Eso me hace emocionar hasta las lágrimas, ver gente que aún cree: primero, en su capacidad, lo cual es extraordinario; y después, en un país que le da una chance.

EL DIAL ENTRE CABEZAS VOLADORAS Y OBVIEDADES.

Jáuregui vuelca en sus recorridas nocturnas el aprendizaje radiofónico de más de una década al lado de su “maestro”, Badía, con quien ahora comparte la pantalla televisiva en Estudio País Bicentenario; también está presente su formación como documentalista, que le permitió formar parte del recordado ciclo Historias de la Argentina secreta; y, antes que nada, su pasión por la radio. Esa pasión hace que cada programa sea una búsqueda para él, pero también le permite pensar la radio, analizarla y atacar a los que la maquillan sin encontrar, en lo profundo, la auténtica belleza que tiene a sus 90 años.

Hay un hecho paradójico que también forma parte de la magia del medio: vos, que has recorrido muchos kilómetros porque te gusta viajar, tenés la posibilidad de hacer viajar a la gente con sólo hablarle al micrófono parado en una esquina.
Es un concepto que yo inventé: cabeza voladora. Es cuando la cabeza se te desprende del cuerpo, literalmente, y va a otro lado. Vos podés estar acostado con tu cabeza física pegada –porque si no te morís–, pero tu cabeza voladora está viajando. ¿Y sabés qué? Pueden viajar todos; no hay ciegos, rengos, paralíticos, hombres, mujeres, niños o niñas. La cabeza voladora va, y como va hace que vos estés donde quieras.

¿Cuál es el programa que soñás hacer?
Me gustaría tener un programa a la tarde, pero no la vuelta; de 14 a 17, por ejemplo. ¿Por qué? Porque hay un montón de cosas para hacer de 14 a 17. Primero, porque la mañana se la morfó la gente que habla de Lilita Carrió… horrible, ése es otro desafío. El día que en este país a algún productor de radio con dinero se le ocurra hacer un programa a la mañana que no levante la agenda de los diarios, se va llenar de plata, porque la gente lo va a escuchar. Vos hacés zapping por la radio de 9 a 12 del mediodía y todos hablan de lo mismo, de lo que salió en la tapa de Clarín, de La Nación, de Crónica. (Se va enojando.) ¡Es una mierda! ¿Desde cuándo la radio, que es autónoma, tiene que seguir la agenda de un diario? Es una mierda porque lo que hacen es seguir el estilo informativo de las cadenas y de los grupos que tienen la información en sus manos.

¿No se termina de explotar en su totalidad el lenguaje de la radio y sus posibilidades?
Claro, es como un niño al que vos le enseñás 600 palabras para que empiece a hablar, pero le decís “sólo podés usar 100”. Que la radio tome la información de un medio gráfico que salió cuatro horas antes y que ya está viejo cuando va a la calle, es una ridiculez. Pero es un muy cómodo para los productores que no mueven el orto de la silla y te contestan cosas como “hoy no podemos hacer tal cosa porque no hay internet”. Yo lo escuché y le contesté “vos sos un hijo de puta, porque cuando yo trabajaba no había internet, había teléfono y diario”. Me pongo así porque amo la radio. Y repito: el día que un productor con dinero se dé cuenta que a la mañana ponés un radioteatro y dejás que la información sea solamente el informativo, cada media hora, y de 9 a 13 vos tenés segmentos como, por ejemplo, la media hora de Los Beatles, esa radio gana. ¡La gente está podrida de que le lean el diario por radio! Pero nadie se anima a decírselo a los dueños de las radios, porque los tipos están pensando en otra cosa. ¿Se habrán acabado las ideas? Yo creo que no.
El productor –aparte de que en algunos casos no le da la cabeza– es víctima del trabajo mal pago que tiene y debe recurrir a lo primero que tiene a mano para sacarse de encima una situación que lo apremia. Ahí es cuando yo me pongo del lado del productor y digo “es una mierda”. Le pagan mal, gana cinco, le exigen por mil y tiene cero recursos… ¿quién puede trabajar bien en esas condiciones? Seamos honestos, esto pasa muy seguido en la radio. Entonces caés en el recurso del conductor, el conductor sabe todo. Todo el mundo dice “vamos por lo obvio”, nosotros decimos “vamos por lo otro”. Lo obvio se hace tan presente que terminás escuchando un solo programa en todo el dial.

Las inquietudes del madrugador son tan amplias que la entrevista discurre por carriles diversos, aunque esos caminos siempre conducen a la radio, como si todos los planetas de la constelación Jáuregui orbitaran en torno a la misma estrella guía. De pronto, la figura de él se asemeja a la de un astronauta que sale a enfrentar a cada momento el misterio de un universo que espera ser explorado: la noche porteña, con sus historias, sus fantasmas y su gente. Entonces, la pregunta cae de madura.

En un punto, tu trabajo es como el del artista que siempre tiene la hoja en blanco adelante. Vos salís a la calle sin una rutina, a encontrarte con lo que surja. ¿Te da miedo pensar que no va a pasar nada o tenés la certeza de que siempre va a pasar algo?
Siempre aparece algo… es más, he roto guiones en la mitad de la mañana porque era mejor lo que estaba pasando que lo que había pensado. No tengo terror al vacío, no me pasa nada con eso. Es un desafío lindo. ¿La madrugada qué es? La luz del día que empieza a aparecer, y la luz es blanca. Bueno, la hoja en blanco es fascinante, es mi materia. A partir de eso, todo, no hay límites. Lo mío es una hoja en blanco eterna.

¿Quién se siente representado por la radio?

Preguntas y reflexiones sobre el rol de la radio como medio por donde pasa la vida.

Por Marcelo Cotton


En estos tiempos, los medios representan nuestras vidas y nuestras vidas son representadas por los medios. Vivimos la realidad a través de una pantalla, un titular de un periódico o un “último momento” en la radio. Las representaciones de la realidad ordenen –o desordenan- la vida cotidiana. Por eso cabe preguntarse si en esas representaciones estamos realmente representados.

La radio (su lenguaje) impone –como cualquier otro medio de representación- sus propias reglas, representa una realidad con sonidos, música y palabras. La radio es la banda sonora de nuestros días. Como una película que proyecta una historia, la radio se convierte en esa pantalla por la cual pasa la “vida” que hay más allá de nosotros, incesantemente, mientras la escuchamos.

Pero en esta radio plagada de actualidad, primicias -informativas y musicales- y especulaciones sobre nuevas primicias, la realidad se ha convertido en un torrente espeso, una representación de nuestro lado más agresivo y acuciante. Aunque no todo el tiempo ni en todos los casos. Cuando uno enciende la radio y mueve el dial, busca una representación –en el mejor de los casos, busca sentirse representado- y, como en cualquier historia es más interesante cuando, de algún modo, ésta nos hace sentir parte. Y, aunque el dial explote de distintas frecuencias, muchas veces nos encontramos con una sola obra, una sola, donde, en distintas versiones, se representa un día tras otro, la tragedia de la “realidad”. Esa de los tiranos que gobiernan un país o, en su versión reversa, la de los tiranos que no dejan gobernar. Los “buenos” contra los “malos” es un argumento que ha caído en desgracia, por fortuna, pero aún no en la radio y lo más desdichado aún, es que ambos, los que luchan por el bien y/o el mal –si es que podemos ubicarlos en dos bandos opuestos- son los representantes del poder, y no, como en las clásicas historias de héroes, el hombre común contra el poderoso. Porque, aunque el éter se pueble de voces de oyentes, los que el conductor suele llamar “la gente común”, éstos no son más que espectadores de la farsa, rara vez protagonistas.

Pero no se alarme. Si usted quiere formar parte de la historia y ser visible en los medios masivos de comunicación, puede serlo. La única e indispensable condición es que debe producir un impacto noticioso.

No es casual ni forma parte de una “moda” que las protestas adopten el modo de corte de rutas y avenidas, o de “tomas” de instituciones. En esta representación de la “realidad” la protesta pacífica es invisible. El cuadro de representación no excede los límites del impacto noticioso.

Cuando se habla de nuevas leyes que produzcan una apertura respecto de los detentores del poder mediático, en el meollo de la cuestión de lo que se trata es de de producir nuevos modos de representación. Cuando se insiste con la necesidad de que haya “nuevas voces”, no se pretende que sean más voces que representen lo mismo, sino nuevos relatos que representen más y diversas voces.

Si en el cine existen las historias de amor adolescente, las de terror, las de fantasía, las de detectives, las de presos políticos… ¿en la radio podremos encontrar una diversidad que la haga realmente representativa?

En este momento hay una mujer que asume que es homosexual frente a su padre. Hay una madre que da a luz a un niño en la selva misionera. Hay un grupo de trabajadores mineros que soportan enfermedades derivadas de la explotación a la que son expuestos. Hay un automóvil avanzando cuando el semáforo está en rojo y un anciano a punto de cruzar. Hay un hombre en situación de calle esperando que cierre el restaurant para atacar las sobras. Hay un funcionario municipal recibiendo una donación de un empresario hotelero. Hay una danza primitiva para alabar al sol. Hay una especie animal menos. Hay una caricia en un rostro de alguien que lo necesitaba…

Hay tanto para contar y hay tantas representaciones posibles que la radio puede y debe explorar. Sería un atentado a la cultura (la de todos, no la de las elites) que lo ignore en función de su única representación de la realidad que empieza y no termina cada día desde aquel tiempo en que la TV le arrebató la ficción.

Como demuestra la historia (y las fuerzas de la naturaleza), mientras en la superficie se tejen los hilos del presente inmediato, en los subterfugios se gestan nuevos códigos, nuevas representaciones, nuevos aires. Eso es lo que está sucediendo. Habrá que poner a punto el olfato para acariciar el nuevo aire, y saber respirarlo. Para poder representar al barrio, al pueblo, al vecino, a la enfermera, al albañil, a la comunidad.